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martes, 27 de agosto de 2013

La espiral

En aquel momento de inflexión se dio cuenta de que nunca nadie la había besado de esa manera. Besos lentos, sin casi rozar su lengua, cerrando los ojos y sin mantener la respiración. Con naturalidad y sin prisas. Con amor, y no con sexo. Con ternura y con pasión.
A él no le hacía falta decir nada para hacerla sentirse como Anna Karenina al reconocer que estaba enamorada de Vronsky.
Por primera vez en la vida de Amélie, sobraban las palabras. Por primera vez subestimaba el lenguaje verbal. Por primera vez pensaba que una sola palabra destruiría la magia.
Ni siquiera mil de ellas juntas podrían llegar a la altura de un solo beso.
Y entre tanta ternura, se quedó dando vueltas infinitas en la espiral de su amor.


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